lunes, 13 de julio de 2020



Me contó, una vez, hace ya mucho tiempo, que había nacido en la calle Santa Fe entre Canning y Araoz. Muy paquete y palermitano, ahora, o hace tiempo, que lo palermitano picó en punta y el snobismo le ganó al barrio, al Palermo sensible.

Clínica que paso de solar abandonado por años, a casa de electrodomésticos, a restaurant cool a vaya a saber que es hoy. Hace mucho que no paso por esa cuadra, me dice.



Su madre lo llevó, recuerda, una vez a la existente clínica a ver a los recién nacidos en la maternidad, y vidrio de por medio le dijo, señalando un cuna de plástico transparente entre tantas cunas transparentes: en esa estabas vos cuando naciste.



Ese recuerdo que evoca tiene el sabor del miedo. Todo lo materno tiene ese gusto. Será quizás el recuerdo que mal se recuerda por que es más lo que se cree recordar que la realidad recordada. Lo cierto que esa sensación tiñe lo materno.



Así me lo cuenta y no puedo más que preguntarle si todavía persiste esa impresión. Su muerte, dice, no aliviano ese dejo, que a veces lindó con el terror, pero la pesadez de su presencia se compensó con la liviandad de su ausencia.



Apoya su mano en mi hombro y me mira. Señala el sendero del parque. Nos levantamos y volvemos a caminar.



Hace frio.